El viento arrastra
hojas, polvo de octubre, papeles a la panza de los coches, agita la flota y ya
no queda nadie salvo yo en la ventana del Hotel Port Maó. Llegará un día en el
que la luz vuelva a ser la piel del mundo, me digo, bajo pretexto de primavera.
Entretanto, no me asustan ni el viento ni tu éxodo, ni esa caída fantasmática y
grotesca que se apodera de los trajes cuando se quedan para siempre en el
armario. Únicamente me asusta pasar el otoño sin una mujer.
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