Siempre me quedarás debiendo el
color misterioso de tus ojos y un atardecer imposible caminando por un parque
en ese día que nunca poseeremos. Me deberás la eterna memoria del paisaje por
las riberas hasta el malecón viejo, con sus iguanas y sus mariposas en la época
de las lluvias. Serán deuda también el leve roce de tu mano al regalarte una
flor, un tierno beso iluminado por los últimos arreboles del crepúsculo, la intensa
felicidad de estar ahí contigo, y la pena de saber que solo fue un sueño
equivocado.
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