Poseía un hechizo misterioso que
la hacia transparente y silenciosa cuando cerraba los ojos. La decidí imposible
por peligrosa desde la primera cita, aunque ya capturado en su vago dejo de
tristeza. Ahora la evoco sin ningún asomo de certeza, como al azar, como se
disponen las piedras en las orillas de los ríos furiosos. Solo me quedó una
pena, una profundidad de aguas oscuras donde todos los recuerdos se hunden sin
hallar fondo, y se quedan enredados en las algas enmarañadas o atrapados en las
cavernas donde mueren los celacantos.
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