Se
desliza tenue o casi invisible sobre las cosas que le pertenecen, como un vaho
que demarca los contornos difusos de su mundo y deja su impalpable rastro
lunar. Aparta
las manos ajenas que se atreven a invadir esos objetos pertenecidos. Ella
perdura según sus propios designios, elemental, misteriosa e imperecedera. Suele divertirse haciendo crujir en la noche
las maderas que conocieron el tacto de sus dedos buscando el polvo acumulado
por el tiempo, sin otro afán que persistir ahí entre nosotros, los que
la amábamos. A veces creemos verla
sonriendo.
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