Alta, altiva, silenciosa, camina
por la vereda como un ángel transparente, sin pisar el suelo ni asustar a las
palomas, como deslizándose en un tímido escorzo, lejana, esencialmente ausente.
Yo la iba mirando desde enfrente, la devoraba de lejos, sin tocarla. Un aura de
tenue suspiro la fijaba nítida e inolvidable. Habita en el mismo barrio, la
misma calle y por el mismo lado de la sombra, pero pertenece a otro desde antes
que yo la ungiera de esa imposibilidad obsesiva que la hace ciertamente
distinta. Suele aparecer nocturna, sin
aviso.
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