Vino con el aguacero,
turbia de lluvias y de tardes clausuradas. Sabía domesticar las mariposas
nocturnas y a eso se dedicó mientras esperaba que se consumieran las velas.
Entumecida penetró en las honduras de la penumbra y se fue convirtiendo con
delicada parsimonia en semillas de amapola, luego en piedras de desconsuelos,
hasta ser simplemente el aroma de una rosa blindada. No hubo noche más intensa
que aquella de su recuerdo. El reloj cristalizó en sus ojos risueños, el
tiempo, vencido, afanó sus últimos trucos de mago equivocado y se detuvo.
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