Quiso que sus aguas me
bautizaran para sosiego de arcángeles y demonios. Dejó liquida la tarde sin
lluvia, la estremeció con su presencia inconmovible, la deshojó como una brusca
brisa perturbadora. La fría porcelana de sus largas manos de esfinge tocó mi
frente y un crepúsculo de sarmientos consumo en su violeta la lejanía de su
respiración perfumada. Un aura desvanecida ocurrió en su milagro profano, sin
su voz los pájaros anidaron en su silencio de ciruelo. Poseía esa tonalidad
subjetiva de las dalias que las hace imposibles para la memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario