jueves, 6 de octubre de 2016

La esfinge seducida


Quiso que sus aguas me bautizaran para sosiego de arcángeles y demonios. Dejó liquida la tarde sin lluvia, la estremeció con su presencia inconmovible, la deshojó como una brusca brisa perturbadora. La fría porcelana de sus largas manos de esfinge tocó mi frente y un crepúsculo de sarmientos consumo en su violeta la lejanía de su respiración perfumada. Un aura desvanecida ocurrió en su milagro profano, sin su voz los pájaros anidaron en su silencio de ciruelo. Poseía esa tonalidad subjetiva de las dalias que las hace imposibles para la memoria.

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