Cautivaba las floraciones con su
aliento de pertenecida primavera, con las sílabas de su voz dejaba escurrir las
aguas por los íntimos cauces de una solemne y perturbadora nostalgia. Permanecía
insobornable, dolorosamente ausente, como el frío cristal de un cuarzo
subterráneo. Para no despertar deseos, nunca quiso sobrevivir a las madrugadas.
Sucedió encriptada, se me fue apareciendo de a poquito por la orilla más lejana
del atardecer, desvestida de luces y sombras, siempre nítida, pero encapsulada
y solemne en un vaho que la aislaba del otoño. Todo en ella fue inconcluso.
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