Ejerce un hechizo incomprensible
siempre en los extramuros del tiempo, en ayer al atardecer o mañana de
madrugada, nunca en el ahora de aquí donde la nombro sin esperanza. Se
despliega a veces en las tardes de pájaros y de flores. Cuando atardecida, se
dibuja a sí misma sonriendo en lontananza. Nocturna no aparece, como si esas
horas le cerraran los ojos y fuera sombra en las sombras, una ilusoria silueta
por las esquinas de los faroles apagados, amanecida posee la misma tonalidad
anaranjada del ocaso. En las mañanas simplemente desaparece.
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