Es en la liturgia indescifrable de
tus ojos cuando inician el ceremonial inolvidable del insomnio en las
penumbras, cuando miran un indefinido y lejano horizonte o la lluvia repetida de
ayer en este anochecer sin tiempo, lo que abarca los territorios de la ternura insoportable
y que tus labios confirman en su tenue sonrisa alejada. No existen otros protocolos
que detenten esa misma quietud silenciosa, esa secuencia imperceptible en la
que tus párpados oscurecen tu entorno y soy entonces tu único habitante. El
nocturno me persigue sigiloso para robarme esos prodigios.
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