Devino lúcida, siempre
transmutada como el alba de los iluminados, de lo recóndito se tejía su
poderosa palabra, que retumbaba después de la centella, como ocurre con los
relámpagos. Su piel inquieta, atenta pero ajena, sensitiva pero esquiva, marina
pero lucia. De espíritu se conforman sus costillas, nunca necesitó de Adán.
Libre albedrío andante, hollando las rojas arcillas del planeta, no nació como
nosotros, su corazón se fue haciendo a fuego lento con tanto esmero, que lo
que emana de ella parece salido del magma incandescente. Así es nuestra cálida
entraña.
Del libro “Químicamente
Puro. Los poemas de Frankenstein”, Venezuela, 2012. (Gentileza de Alejandra
Madrigal)
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