Cuando
abandonaste las mañanas del tormento, dejaste un vacío y un silencio, un lugar
desolado y unas rosas marchitas, y una música que ya nadie escucha porque
faltas tú. Dejaste el otoño deshojado, las calles sin ocaso en sus tristes
larguras. Y un poco de soledad en los
rincones del patio. Pero te voy reconstruyendo a partir de tus aun
tibios vestigios en un vaso o la ventana, en el espejo y en la almohada, en el
eco de tu voz en el recuerdo nítido, humeante. Así te voy haciendo inolvidable.
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